IntroduccióN



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Carta Pastoral (sc)
FUE DÓCIL A SU DIOS

El relato del Evangelio según san Mateo, presenta a José como un hombre justo, apegado a las tradiciones religiosas judías quien, en su plan de vida, estaba constituir su propia familia; había decidido dejar a su padre y a su madre para unirse a una mujer, María de Na- zaret, a quien conocía y amaba de verdad. En la intención de José estaba la fidelidad sincera y la recta observancia de la Ley, porque la conoce y se esfuerza en ponerla en práctica. Sería el típico judío bien formado y practicante del siglo I.

José es ubicado por san Mateo en el corazón de la historia de salvación:


“La generación de Jesucristo fue de esta manera: su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto” (Mt 1, 18-19).

En la perspectiva de un justo hombre judío, su vida se habría des- plomado, su prometida habría infringido el corazón de la Ley y hecho una grave ofensa al honor del esposo, de la familia y de Dios. Las tinieblas se ciernen sobre sí, amaba a María al tiempo que debía fidelidad al honor de familia y al mandato de la Ley reli- giosa. ¿Cómo resolver esa tensión?


Con su corazón de hombre de fe judía resolvió no sin dolor pero con una natural prudencia, el fracaso de sus planes personales. Amaba a Dios y amaba a María: en la fidelidad al primer amor debía reparar el honor herido, en fidelidad al segundo amor no qui- so entregarla al castigo. Por ahora, considera como lo mejor no exponer a su amada públicamente, declinar el compromiso matri- monial sin ponerla en riesgo y, de ese modo, reparar su honor, el de la familia y el de Dios. Cuando todo parece estar dicho y no se vislumbra una posibilidad diferente, preguntémonos ¿qué tendría que decirle el Dios de Israel al sufriente José?


Esta historia nos ayuda a comprender que las historias pueden ser dramáticas, empero su desenlace no es trágico cuando se está abierto a que el Señor pronuncie la última palabra. Desde nuestra fe cristiana leemos, en este trance de José, un acontecimiento salvífico, en primer término, para él mismo. Fue todo un proceso para madurar su fe, mejor aún, para dar un salto cualitativo, de la fe judía a la fe cristia- na. Y en este drama, entonces, descubrimos un paradigma nuevo, un genuino acontecimiento de conversión de la vieja religiosidad a la re- ligiosidad cristiana, desde la profundidad de su ser vive una auténtica “pasión”. Es cuando interviene el Dios de Israel para decirle “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt. 1, 20).


Así como Jacob ya no fue el mismo después del combate con el ángel a orillas del Yabboq (cf. Gn. 32, 23-33), ni tampoco Tomás después de tocar las llagas y el costado del Resucitado (cf. Jn. 20, 27-29), del mismo modo José no sería el mismo, ni tampoco su actitud religiosa, ni su actitud hacia María. Hay una conversión religiosa, hay un cambio en la comprensión y vivencia de aquella experiencia dramática, porque
“Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados…”. “Despertado José del sueño, hizo (fecit) como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt. 1, 21. 24).
Con ello se nos invita a comprender que nuestra fe es una fe peregri- na, una fe no presupuesta, la fe que se vive correlativamente con las durezas de la vida, no fuera de ella; una fe peregrina porque está en movimiento, una fe que no es estática, no busca garantías o ídolos.
“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es, a menudo, de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, tampoco podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones”2.




  1. Papa Francisco, Patris corde, n. 4.


tender que por la entrañable misericordia de nuestro Dios, había llegado “el sol que nace de lo Alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar los pasos por el camino de la paz” (Lc 1, 78-79). Es tiempo de ponderar el lugar de la fe en la vida del creyente y de la comunidad eclesial, desa- fiada, en este momento, por los cambios culturales de la sociedad costarricense.

Hoy, cuando mucho es teoría, racionalismo y muchas veces ideo- logía, san José nos enseña que es desde la experiencia profunda de Dios que se debe actuar. Se excluye, así, todo pragmatismo irreflexivo.






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